lunes, 23 de abril de 2018

En defensa de los correctores

Es sabido en el mundillo editorial, que una de las figuras más castigadas y peor tratadas a nivel laboral es la del corrector ortotipográfico. Su externalización precaria, ha llegado incluso a que desparezca por completo de muchas editoriales. Ello ha llevado a una dramática bajada de la calidad de las correcciones, dando al lector una pésima impresión sobre la calidad editorial.
 
Recuerdo hace muchos años, una compañera de trabajo, se indignó muchísimo porque había encontrado una errata en un libro. Una. Dijo que iba a escribir a la editorial porque eso no se podía consentir. En aquel momento no le di mucha importancia. Tal vez porque yo apenas nunca vi una errata y me pareció que una no podía ser un dramón.
 
Pero pasaron los años y los errores ortotipográficos comenzaron a proliferar, recuerdo leer un número de Fotogramas allá por el año 2004 en el que no pasaba una página que no estuviera libre de fallos.
Y poco a poco los libros que iba leyendo contenían más y más errores ortotipográficos.
 
Hasta que llegamos al momento acutal y al libro peor corregido (si es que alguna vez lo estuvo) que haya leído: Max Perkins. El editor de libros de la Editorial Rialp. Es todo un despropósito. Desde el típico error ortotipográfico, hasta faltas de ortografía tales como "hecho" del verbo hacer sin hache, o "distes" y "vistes" en lugar de "viste" o "diste", hasta comerse palabras enteras en un frase.
 
En serio, la necesidad del corrector ortotipográfico no es baladí, es más, es fundamental porque es como realizar un control de calidad y  los lectores no nos merecemos libros en tales condiciones. A fuerza de recortar costes, las editoriales se han cargado el buen hacer y han optado por el todo vale, total, si nos ahorramos el corrector quién lo va a notar.
 
Pues las personas que leemos, lo notamos y es indignante, y las muchísimas personas preparadas para corregir, deseosas de un empleo digno, también. Porque en el fondo nadie compra un jersey si le falta un punto o una taza con un desconchón. Así que, por favor, devolvamos a los correctores y correctoras su lugar (necesario e imprescindible) en el mundo editorial. Y tomémonos en serio los libros.

Porque como el propio Perkins dijo: "Nada puede tener la importancia que tiene un libro".