sábado, 31 de diciembre de 2011

Relato

Sumergida en la bañera de agua tibia y sucia, miraba a través del cristal de la mampara. Su propia roña, en su cuerpo ya decrépito y maltratado por la edad se le antojaba protectora de todo lo exterior, de lo que no sentía, de lo que no decía, de lo que ya no hacía. Su ánimo se diluía y volvía fluido y resbalaba por el cuerpo húmedo y derrotado, entreteniéndose en los surcos de su piel.

No había ningún lugar al que volver.
No había razones para salir de allí y abandonar el desasosiego y la soledad.
No había razones para despertar.
Y fue mucho mejor así.

Ilustración por JMdC

jueves, 1 de diciembre de 2011

Los Buddenbrook


Una brevísima visita a la ciudad alemana de Lübeck en septiembre, me sacó de mi ensimismamiento literario con los autores ingleses. Así que gracias a nuestro guía recordé que había un escritor alemán que se llamaba Thomas Mann del que había leído en mi juventud Muerte en Venecia, del que sabía que había escrito La montaña mágica y alguna cosa más. Nuestro guía parecía un gran apasionado de Mann, así también descubrí que había nacido en Lübeck, que hay un museo en su memoria en la antigua casa familiar y que tenía que conseguir desesperadamente Los Buddenbrook.
Ya lo tengo en mi poder, casi mil páginas narrando la historia de una familia burguesa de Lübeck. En algún momento tengo que frenar mi fiebre british, para leerlo.
Por cierto, rebuscando en mis estanterías he reencontrado La montaña mágica y un libro de correspondencia entre Mann y Hesse.

martes, 8 de febrero de 2011

Keruac viaja en metro

De pie, apoyada en el quicio de la puerta al otro lado del vagón, miraba curiosa al chico que se apoyaba en la puerta de enfrente. Al principio no se había percatado, pero en su habitual afición a cotillear los libros que la gente lee en el metro no pudo evitar fijarse en él. Leía En el camino de Keruac. Reconoció la misma portada del libro que ella tenía en casa, ese libro al que se había acercado con mucha curiosidad y que había terminado con la sensación de haber leído una historia de marcianos.

Lo que despertaba su interés en aquel vagón de metro era que el chico leía el libro sujetándolo del revés. Su cara era de extrañeza justo en el momento en el que él levantó la mirada del libro. Ambos intercambiaron un breve diálogo silencioso de preguntas y respuestas con las miradas. Él volvió a su libro. Ella seguía intrigada. ¿De verdad está leyendo? ¿Se habrá dado cuenta de que tiene el libro al revés? Sus ojos iban del libro a su cara, y a sus ojos oscuros detrás de las gafas que parecían degustar con placer el mítico libro.

Cuando llegó su parada ella cruzó el vagón para dirigirse a la puerta en la que se apoyaba él, para salir. Se acercó a la puerta y se quedó a su lado mientras el tren entraba en la estación. El tren paró. Se abrieron las puertas. El chico se inclinó hacia ella: “Es la mejor forma de leer a Keruac”, le susurró al oído. Ella lo miró sorprendida y salió del vagón arrastrada por el resto de los pasajeros. Desde el andén, se volvió a mirar. Pero él había vuelto a su particular lectura.

Llegó a casa, buscó En el camino. Se sentó en el sofá. Abrió el libro del revés y comenzó a leer. Pero no entendía nada y lo dejó.

jueves, 3 de febrero de 2011

Kundera a los 20... y a los 40

Volviendo a leer a Kundera, trato de averiguar qué era lo que nos cautivaba cuando lo leíamos con 20 años. Lo convertimos en una lectura juvenil obligatoria para nuestra educación sentimental, al igual que hicimos con Hesse. Releerlo ahora es no entender por qué lo leía entonces. ¿Realmente podía comprender algo mi mente ignorante y presuntuosamente joven?

Supongo que eran los ecos, no de su literatura, sino de la imagen que de ella provocó la película de Philip Kaufman cuando adaptó La insoportable levedad del ser. Tal vez esa atmósfera bohemia, revolucionaria, ese triángulo amoroso de una belleza irresistiblemente imperfecta: Daniel Day Louis, Juliette Binoche y Lena Olin con ese bombín que hacía soñar, era lo que nos provocó imágenes de irreverencia, sexo y libertad y tal vez por eso nos volcamos a leer sus libros y deseábamos viajar a Praga, a la Praga anterior al turismo masivo y arrollador que la convirtió en un parque de atracciones turístico.

Casi 20 años después, sus historias no me parecen de una belleza ensoñadora, sino de una belleza sórdida, terrenal e insoportable. Y tal vez por eso lo disfrute tanto como entonces, porque ahora la vida, con casi 40 ya no es ensoñación sino sordidez

Acabo de leer La broma de Milan Kundera (1967) Según Le Monde, el número 47 en el ránking de los 100 mejores libros del siglo XX.