martes, 31 de enero de 2017

Elena Fortún, su vida

Todo comenzó en la calle Bailén 1, enfrente del Palacio Real de Madrid. Encarnación Aragoneses Urquijo (nombre real de Elena Fortún), nació en la madrugada del 18 de noviembre de 1885. Su padre, Leocadio Aragoneses oriundo de Abades, Segovia, era alabardero real en el momento en el que Encarna vino al mundo. Su madre, Manuela Urquijo, procedía de una familia vasca venida a menos. Los primeros años de Encarna transcurrieron tranquilos entre Madrid  y Segovia, recibiendo una educación de lo más convencional, como correspondía a las niñas de clase media en aquellos años, aprendían a leer, a escribir, algo de aritmética,  geografía e historia, a coser y poco más.  Su madre le repetía que una chica de su condición, sin dinero, sin padre que aportara el sustento (había muerto en 1904) sólo tenía como única salida el matrimonio.

Encarna, fue una niña muy solitaria, por su salud frágil y por las reticencias de su madre a que se juntase con otros niños y, en especial, con los que no fueran de su clase social. Así que comienza en seguida a aficionarse a la lectura y a desatar su espíritu soñador.

Elena Fortún

En 1906 se casa con un primo segundo suyo, Eusebio de Gorbea, militar de profesión y literato vocacional. Este matrimonio, aunque no perfecto para Encarna sí que le ayudará a conocer el Madrid más literario e intelectual, ya que Eusebio era un gran aficionado al teatro y formó parte de las compañías teatrales más en boga en aquel momento desde la de Valle-Inclán a la de Lorca. Encarna siempre se sintió, sobre todo en aquellos años, muy inferior intelectualmente a su marido y lamentaba enormemente la escasa educación que había recibido. Esto la llevó años más tarde a ser una incansable estudiante, siempre haciendo gala de unas inagotables ganas de aprender.

Por el trabajo de Eusebio, el matrimonio vivió los primeros años de matrimonio en diferentes lugares de España. Tuvieron dos hijos, Luis y Manuel (Bolín). Y todo transcurría con más o menos normalidad hasta que, en 1920, a los 10 años de edad, muere de encefalitis el hijo pequeño, Bolín. Esta tragedia fue devastadora para el matrimonio y la espiritualidad de Encarna, la llevó, en su afán por no querer desprenderse del espíritu de su hijo a buscar un tipo de religión, ya que en aquellos momentos la religión católica no era una opción para ella, que diera sentido a la vida. Esta búsqueda de la espiritualidad será una constante en toda su vida y la llevará a investigar sobre diferentes filosofías y doctrinas como el teosofismo que la pareja practicó en aquella época.

En 1922, destinan a Eusebio a Santa Cruz de Tenerife y allí vivirán durante dos años. Esta estancia fue lo mejor que le pudo pasar a Encarna en aquellos momentos, para ella supuso un remanso de paz, donde se recupera físicamente de su mala salud y cura el dolor por la pérdida de su hijo. Allí coincidirán, además, con la familia Díez-Hernández que supondrá para ella, la gran inspiración para los personajes de Celia (Florinda y Félix, hijos del matrimonio, le inspirarán a Celia y Cuchifritín respectivamente) y de la que saldrá la amistad más duradera que tendrá en su vida y que ni la distancia logrará enfriar, la que entablará con Mercedes Hernández, la madre de aquella extensa familia que será el contrapunto de sensatez al que Encarna recurrirá en numerosas ocasiones. Es gracias a la correspondencia que mantiene con Mercedes y sus hijas que Marisol Dorao (su biógrafa) pudo conocer muchos aspectos y hechos de la vida de Encarna, de la que tan poco se sabía.

Es además, esta estancia la que la hace iniciarse en las cuestiones literarias, más en concreto en el periodismo. Ya que comienza su carrera colaborando en La Prensa, diario editado en Santa Cruz de Tenerife.

De vuelta a Madrid, con su hijo mayor ya adolescente, Encarna, lejos de llevar una vida convencional de esposa y madre, comienza una etapa de auténtica vorágine de trabajo y estudio. Es en estos años cuando colabora en las revistas Royal y La Moda Práctica y se convierte en una de las socias más activas del Lyceum Club. Como cuenta Carmen Martín Gaite: “… una de las socias más asiduas del Lyceum Club, a lo largo de los 13 años que permaneció abierto fue Encarnación Aragoneses Urquijo, señora de Gorbea. Allí se convirtió en Elena Fortún.”

Su amistad con María Lejárraga será la que marcará un antes y un después en su trayectoria como escritora. Lejárraga, tras leer las anotaciones que Encarna ha hecho de anécdotas, conversaciones y situaciones que vivió en El Retiro, cuando llevaba a sus hijos a jugar allí, la convence de su gracia, su facilidad y su espontaneidad para reflejar ese mundo infantil y le presenta a Torcuato Luca de Tena para el que comenzará a escribir en su suplemento infantil de Blanco y Negro, Gente Menuda. Según Martín Gaite, María Lejárraga “fue la verdadera mentora espiritual de Elena Fortún, su Virgilio en el camino de las letras.” De esta forma el 24 de junio de 1928, Encarna publicaba por primera vez, como Luisa, un cuento breve de Celia, Celia dice a su madre, escrito en forma de diálogo. Unos meses más tarde, en concreto, el 6 de enero de 1929 se publica Celia sueña en la Noche de Reyes convirtiéndose desde entonces en un personaje habitual en las páginas de Gente Menuda. A partir del 20 de enero será una sección fija del suplemento: “Celia dice”.

Celia, el personaje que creó Elena Fortún

La serie tuvo tanto éxito que, Manuel Aguilar, le ofrece crear libros con las aventuras de Celia. En 1934 comienzan a publicarse los libros y en 1935 firmará con él en exclusiva: Celia, lo que dice, Celia en el colegio y Celia novelista, serán los primeros libros y Encarna será para el gran público Elena Fortún (pseudómino que toma de la protagonista de uno de los libros de su marido).

Y mientras cosecha su éxito, Encarna, incansable trabajadora, se matriculará, en 1932, en Biblioteconomía en la Residencia de Señoritas y dos años más tarde conseguirá su título. Además, da clases de técnica del cuento infantil y manera de contarlo y edita y lidera la revista Libros editada por un grupo de bibliotecarias formadas, como ella, en la Residencia de Señoritas.

Son, sin duda, los mejores años de Encarna que, como le confiesa a su amiga Mercedes, se siente rejuvenecer y se ve liberada de las ocupaciones de ama de casa que, por edad (rozando los 50) y por condición social se suponía que debía ejercer. En 1934, escribe en una carta a Merceditas, la hija de su amiga:

“… el caso es que yo no soy madre, ni señora de mi casa, ni señora mayor ni todas esas cosas que por clasificación me corresponden. Tengo 25 años un poco escasos, más de dos mil amigas entre 12 y 15 años, y no tengo pasado. Todo el porvenir como un camino ancho, alegre y lleno de sol delante de mí.”

Con el comienzo de la Guerra Civil, la vida de Encarna se ve truncada. Toda la febril actividad literaria y su vida en Madrid se vienen abajo. Su marido, militar republicano tiene que huir y su hijo, ya casado, huye a Suiza con su familia política. Encarna partió sola a Francia en busca de su esposo y de su hijo y tras una breve estancia en París, el matrimonio se embarcó hacia Buenos Aires, mientras que su hijo, comenzó su nueva vida en Estados Unidos.

En Buenos Aires, gracias a la ayuda de algunas exiliadas como la escenógrafa Victorina Durán Encarna pronto consigue trabajo en el Registro Civil, a la vez que intenta versionar sus libros de Celia adaptándolos a las peculiaridades del español que se habla en Argentina, con escaso éxito. En Argentina escribe Celia institutriz que, para la autora “Es un libro muy antipático, por lo menos yo le tengo una gran antipatía. Es uno de esos libros que se hacen de encargo y, ¡así salen ellos!”, según le escribe a Carmen Conde. También colaborará en algún periódico, y mientras, su marido, se hunde sin conseguir sacar a flote ningún escrito importante, Encarna, intenta mantener una alta actividad profesional, en parte también, su trabajo es el que mayores ingresos les reportan.

Pero a nivel personal, Buenos Aires supone un punto de inflexión para Encarna, ya que allí conoce a la que será su mejor amiga en la última etapa de su vida: Inés Field y recuperará la religiosidad perdida y su reencuentro con un catolicismo que dista mucho del que conoció en España, dogmático, oscurantista y anclado en el pasado.

Encarna volvió a España en 1948 para continuar su contacto con Aguilar, para futuras publicaciones. Su marido se suicida en Buenos Aires y ella, tras pasar unos meses en Estados Unidos con su hijo y su nuera, decide volver a España definitivamente, pero no a Madrid. Escribe a Carmen Conde en 1950:

“En Madrid no puedo vivir. Está lleno de recuerdos dolorosos que no me dejarían rehacerme. Barcelona me gusta. Se parece a Buenos Aires en su parte nueva y luego tiene ese magnífico barrio gótico que da la sensación de haber vuelto a la patria. No conozco a nadie y eso es también una ventaja para volver a la vida.”

En Barcelona vivirá en un piso con unas mujeres que le alquilan una habitación. Desde allí, seguirá su contacto con Aguilar y seguirá publicando artículos. Pero son años de mucha soledad para Encarna en las que sigue manteniendo una intensa actividad epistolar, sobre todo con sus amigas Mercedes Hernández e Inés Field. Esa soledad, en la que se recluye, sólo será interrumpida por la visita de una joven Carmen Laforet con la que comienza una bonita amistad y alguna visita esporádica de sus conocidas.

A principios de 1951, Encarna ingresa en la clínica Puig D’Olena en Barcelona. Meses después, cada vez más enferma y gracias a las gestiones de su amiga Carolina Regidor y a Manuel Aguilar, Encarna es trasladada a Madrid ingresa en el Sanatorio de Santa Julia donde muere el 8 de mayo de 1952, víctima de un cáncer de pulmón.


FUENTES
- Marisol Dorao, Los mil sueños de Elena Fortún. Alcornoque Ediciones, 2001.
- Mª Jesús Fraga Fernández-Cuevas, Elena Fortún, Periodista. Editorial Pliegos, 2013.
- Carmen Martín Gaite, Pesquisa tardía sobre Elena Fortún (prólogo de Celia, lo que dice)  Madrid, Alianza, 1992.
- Mª Jesús Fraga Fernández-Cuevas, Elena Fortún y Carmen Conde. Memoria de una amistad en ocho cartas. Clarín, 119, 2015.


Este post forma parte del proyecto Adopta una autora

miércoles, 18 de enero de 2017

La la land, por los locos que sueñan

Yo empecé a amar el cine a una edad que me resulta demasiado temprana para recordar, pero lo que puedo asegurar es que fue gracias a las películas de la época dorada de Hollywood, con Cary Grant, con Katharine Hepburn y Spencer Tracy, con Bette Davies, con Paul Newman, con James Stewart por citar algunos. Y por supuesto, si amo el cine la culpa la tienen las películas musicales. Que con 12 años prefiriera adorar a Fred Astaire o Gene Kelly antes que a Michael Jackson o a John Travolta, me convertía en bicho raro, pero yo crecí con aquellos musicales fantásticos que me siguen encantando y que veía una y otra vez. Yo siempre me sentía un poco como la Cecilia de La Rosa Púrpura de El Cairo que miraba absorta cómo Fred Astaire y Ginger Rogers se enamoraban bailando Chick to chick de Irving Berlin.


Así que lo más echo de menos en el cine es que no se hagan musicales, porque en los musicales reside toda la magia que el cine nos puede regalar. Porque sí, el cine refleja la vida y la reinterpreta, pero cuando la vida se reinterpreta con música todo cambia. Porque todo lo que ocurre en la vida lo podemos encontrar en el cine, menos a gente cantando y bailando por la calle y por eso la vida es mágica en el cine y por eso, lo mejor para evadirse por unas horas de este mundo aterrador e incierto en el que vivimos es disfrutar de un musical y creer que sí, que se puede bailar en las estrellas. Y por ello cuando algún loco se atreve a hacer un musical irremediablemente tengo que verlo. Al joven director Damien Chazelle le debemos que ahora podamos disfrutar de una película tan memorable como La la land, y a su compositor Justin Hurwitz que podamos disfrutar de una banda sonora que no se puede dejar de escuchar, la pareja responsable de la genial Whiplash. Con talentos así, todavía hay esperanza para el cine.



Sí, como todo el mundo está diciendo, La la land recupera el mejor cine musical, le rinde el mejor de los homenajes posibles y lejos de parecer una película anquilosada en el tiempo por el uso de antiguos recursos como cortinillas o fundidos a negro, la convierte en una película totalmente fresca y actual, donde el más refinado lenguaje audiovisual se pone al servicio de la historia y de su música. No es sólo un musical, es cine del bueno, del que sólo se puede disfrutar en el cine en Cinemascope. La película es una oda al cine clásico y al jazz, porque es puro jazz, porque, en realidad, los musicales de los 30, 40 y 50 eran puro jazz gracias a las composiciones de Irving Berlin, los hermanos Gershwin, Cole Porter o Leonard Bernstein.



Creo honestamente que Fred Astaire estaría orgulloso por cómo están filmados los números de baile, en plano general, sin fragmentar al bailarín en planos cortos, como él exigía, Gene Kelly adoraría el audaz y complejo número con el que abre la película (que parece ser un impresionante plano secuencia) y el homenaje descarado a sus números finales de películas como Cantando bajo la lluvia y un Americano en París.



Se suele decir que falta originalidad en el cine de Hollywood actual, con sus mil adaptaciones, sus vergonzantes remakes y entonces llega un director brillante con un compositor aún más brillante y se sacan de la manga una película preciosa, estilizada, elegante, brillante, melancólica y llena de vida a la vez. Una película que sus protagonistas Emma Stone y Ryan Gosling elevan a lo más alto del cine actual con su carisma y naturalidad, con su pasión y su profesionalidad. La la land se merece todos los premios que pueda ganar en la temporada que ahora comienza (confío en que lo de los Globos de Oro no se quede en anécdota).


Por cierto, estoy deseando volver a verla. Mientras, escucho su música en una especie de sinfin obsesivo.


martes, 10 de enero de 2017

¿Por qué he adoptado a Elena Fortún?

Cuando me decidí a participar en el proyecto de Adopta una autora, no tardé mucho en decantarme por Elena Fortún. Tuve alguna duda, porque acababa de leer un libro que me había gustado mucho La historia del amor de Nicole Krauss y me intrigaba esta autora estadounidense de mi generación. Pero no me terminaba de convencer. Y el nombre de Elena pululaba alrededor de mí, como una niña tirándome de la falda intentando llamar mi atención. Una niña que me iba a demandar esfuerzo, ilusión y ganas de aprender. Y tras barajar otros nombres como Stella Gibbons o María Teresa León decidí que Elena tenía que ser la elegida para ser mi primera autora adoptada.

Yo a Elena (que no era Elena si no Encarna) la he conocido hace poco, no me siento orgullosa de esta ignorancia, pero mejor tarde, y ahora ya no me puedo separar de ella. Todo sucedió el pasado mes de octubre. En la biblioteca de mi barrio, que no tenía nombre, comenzaron a aparecer expositores con periódicos donde publicó artículos, libros suyos, libros sobre ella, marca páginas y actividades relacionadas con Elena Fortún que, según parecía, era la escritora de Celia. A Celia sí que la conocía porque en los años 80 hubo una serie de televisión, a la que yo no le había prestado demasiada atención, porque todo lo que fuera español, antiguo y con una niña rubia con lazo, no me atraía para nada. La intransigencia y la ignorancia de la juventud, me hicieron pasar por alto una parte muy importante de nuestra cultura.

Y por qué ese boom de cosas relacionadas con Elena Fortún, pues porque la biblioteca de mi barrio no tenía nombre y su nombre, a partir de entonces, iba a ser el suyo. Me intrigó, no por nada en particular, si no porque desde hace un par de años todo lo que tenga que ver con mujeres que hicieron y hacen cosas de las que apenas se habla me interesa, así que empecé a indagar. Primeramente fui a Internet, claro, y ahí encontré el audio de unas conferencias que dio Carmen Martín Gaite en la Fundación Juan March a principio de los 90 sobre Elena Fortún. Las descargué en la tablet y comencé a escuchar. Fascinada, no sólo por cómo lo contaba Carmen, sino por lo que contaba, iba por la casa con la tablet, mi hija me preguntaba intrigada quién era esa señora que hablaba, yo iba limpiando de una habitación a otra con la tablet en la mano. Y ahí comenzó el idilio que continuó el lunes siguiente cuando en la biblioteca se presentó oficialmente el nombre de la biblioteca con una mesa redonda sobre Elena Fortún. Se puede decir que yo era de las más jóvenes de la sala (y eso que ya peino muchas canas), había personas muy ancianas allí. La directora de la biblioteca hizo una introducción muy apasionada y luego hablaron María Jesús Fraga Fernández-Cuevas y Nuria Capdevilla-Agüelles (dos de las personas que más saben sobre Elena Fortún) y una breve intervención de Paloma Gómez Borrero. Aquella tarde ya no pude ignorar nunca más a Elena y a su Celia. Saqué libros de la biblioteca y nuestro idilio pasó a relación, Elena formaba ya parte de mi vida y no sólo de la mía, porque lo más bonito de todo, no es sólo lo que estoy descubriendo y aprendiendo de esta increíble mujer, si no que mi hija hace un alto en sus Harry Potter y Diarios de Nicky para que leamos juntas Celia y no me deja que lea sin ella y según van pasando las peripecias de Celia, vamos constatando que Celia es genial. Así que sí, como todo el mundo decía aquella tarde de octubre, Celia ha sobrevivido a los años, a las décadas, a generaciones de niños y, aunque a mí se me escapó, el interés que Celia ha despertado en mi hija, cuya vida es tan diferente de la de las niñas de hace cien años, demuestra que Elena Fortún creó lo que sólo hacen los grandes, un personaje capaz de sobrevivir el paso del tiempo.

Elena Fortún y Celia, merecen todo el reconocimiento que se les pueda hacer. Merecen ser leídas, disfrutadas y admiradas. Afortunadamente, podemos disfrutar de nuevas reediciones de sus libros y de la publicación póstuma de su novela más personal Oculto Sendero. Y próximamente, iré publicando post sobre Elena (que era Encarna) y aportaré mi humilde granito de arena para que todo el mundo sepa lo maravillosa que fue y la importancia de su aportación a nuestra literatura.

Ah, sí, la biblioteca ahora es Biblioteca de Retiro Elena Fortún y cuando vas llegando un enorme cartel te recibe con una preciosa ilustración de Fernando Vicente en la que Elena, con sus enormes y expresivos ojos sostiene un libro de Celia. Y Elena nos dice a todos los que pasamos el umbral: “Sólo quiero leer, leer todos los libros que hay en el mundo…”



Este post forma parte del proyecto Adopta una autora.