miércoles, 31 de octubre de 2012

Si de miedo hablamos...

Es semana de muertos, de almas, de santos... El día 1 de noviembre, día de Todos los Santos. Día 2 de noviembre, día de los muertos. Además, ya hemos importado completa y totalmente Halloween, hoy 31 de octubre. Realmente es una época de año mágica, misteriosa, oscura, trágica, pasional... Fiestas de disfraces siniestros, visitas a los cementerios, brujas, aquelarres, conjuros, muertos vivientes... Y entre toda esta vorágine, se me ocurren dos lecturas obligadas y rescatadas del polvo de la estantería en ediciones que comienzan a amarillear a la par que cogen cuerpo y reivindican su lugar en la historia de la literatura: Sonata de otoño de Valle Inclán y El estudiante de Salamanca de Espronceda.

Sonata de Otoño

Lo confieso, es uno de los pocos textos que he leído de Valle-Inclán, fue hace mucho tiempo, en el instituto. Me cautivó. Años después lo volví a leer. Me siguió cautivando. Y ahora he repasado algunos de sus más bellos pasajes. Probalemente sea uno de lo textos más bellos en lengua española que se hayan escrito jamás. Su lírica, su poesía, su modernidad, su atmósfera... todo está perfectamente engranado sin perder un ápice de pasión. Este amor otoñal del Marqués de Bradomín, es irreverente y espeluznante, con pasajes que rayan lo perverso. He aquí un fragmento:

En una puerta, su trágica y ondulante cabellera quedó enredada. Palpé en la oscuridad para desprenderla. No pude. Enredábase más a cada instante. Mi mano asustada y torpe temblaba sobre ella, y la puerta se abría y se cerraba, rechinando largamente. Con espanto vi que rayaba el día. Me acometió un vértigo y tiré… El cuerpo de Concha parecía querer escaparse de mis brazos. Le oprimí con desesperada angustia. Bajo aquella frente atirantada y sombría comenzaron a entreabrirse los párpados de cera. Yo cerré los ojos, y con el cuerpo de Concha aferrado en los brazos hui. Tuve que tirar brutalmente hasta que se rompieron los queridos y olorosos cabellos…


El estudiante de Salamanca

Espronceda tiñó de sombras, fantasmas y demonios el mito de Don Juan. Mucho más atrevido, más terrorífico, más poético, lírico, tétrico que el famoso e insulso texto de Zorrilla, El estudiante de Salamanca siempre me ha parecido mucho más apropiado que el Tenorio para representar el día de Todos los Santos, claro que, tal vez sea demasiado transgresor para tradiciones populares. De hecho, Tim Burton debería de hacer una versión cinematográfica de este texto tan espeluznante como embaucador. Así comienza:

Era más de medianoche,
antiguas historias cuentan,
cuando en sueño y en silencio
lóbrego envuelta la tierra,
los vivos muertos parecen,
los muertos la tumba dejan.


Y estos versos pertenecen a la Parte IV

El cariado, lívido esqueleto,
los fríos, largos y asquerosos brazos,
le enreda en tanto en apretados lazos,
y ávido le acaricia en su ansiedad:
Y con su boca cavernosa busca
la boca de Montemar, y a su mejilla
la árida. Descarnada y amarilla
junta y refriega repugnante faz.


Recomiendo su lectura este puente, aderezada con unos buñuelos y huesos de santo, por supuesto.

jueves, 25 de octubre de 2012

Oliver Twist

Tal vez Oliver Twist sea uno de los personajes más famosos de la literatura universal, un personaje que está en el imaginario colectivo de todos como el Quijote, Anna Karenina, Lolita o el jorobado de Notre Damme. Personajes, más conocidos por sus andanzas cinematográficas, televisivas o mercantilistas, que por habernos sumergido en la fuente de su origen: el libro. Por supuesto, me pasó con Oliver. Había visto versiones cinematográficas, el musical y escuchado mil referencias y alabanzas de su semblanza. Por fin, me acerqué al libro y me cautivó. Se puede decir que es la primera novela de Charles Dickens, que escribió en entregas, como era costumbre en la época, y que redactó a la vez que los Papeles póstumos del club Pickwick.


A la par que terminaba de leer las peripecias del pequeño huérfano, iba leyendo la biografía de referencia de Dickens, El observador solitario, de Peter Ayckroid, así que pude comprender cómo está escrita y el porqué el estilo del principio no tiene nada que ver con el final.

Oliver Twist se puede considerar una novela de juventud en su primera parte y una novela de madurez en la segunda mitad. Durante el periodo que duraron las entregas de esta universal historia, la propia historia personal de Dickens pasó de la felicidad casi absoluta (con matrimonio incluido) a la tristeza más profunda debido a la muerte de su cuñada, Mary Hoggarth, con apenas 16 años. Ambos estaban muy unidos y Mary pasaba largas temporadas en casa de su hermana y su cuñado. La adoración que él sentía por ella era más que evidente y su repentina muerte fue un revés muy duro para la familia Dickens y en especial para el escritor. Este punto de inflexión está presente en la novela, y Mary aparece claramente retratada en el personaje de Rose Maylie.

Así, la socarronería, los sarcasmos, el ritmo veloz y trepidante,  las anécdotas, incluso las dosis de comicidad de los primeros capítulos dejaron paso a un estilo más sosegado, grave, dramático. En los primeros capítulos, somos más conscientes del narrador, en la segunda parte, es más omnisciente. Con descripciones más elaboradas y personajes más lúgubres. De hecho, leer Oliver Twist constituye un proceso en sí mismo, lo cogemos con el ansia del niño al que le dan una piruleta, apenas nos da tiempo a saborearlo, queremos leer más y más, hasta que poco a poco, comenzamos a saborearlo, ya no tenemos tanta urgencia, no hay tanta intriga en su trama, ahora la clave es el disfrute, la templanza y la tristeza al saber que se nos acaba. La primera parte es como una serie de televisión, la última parte es como una película.

Pasados unos años de su publicación por entregas, Dickens volvió a revisar la obra para su edición como novela. Aún así, su estructura sigue sin ser perfecta y mantiene el impulso, la frescura y el ímpetu del escritor joven, novel. Tal vez en su imperfección radique su éxito y su leyenda, en este caso la pasión gana a la perfección.

lunes, 15 de octubre de 2012

Cine de verano

Fue uno de los momentos estrella del verano. Y todo gracias a unas vacaciones típicas de familia media española en las costas de Castellón; en uno de esos paseos inspeccionando las calles desconocidas de la localidad, buscando tiendas, restaurantes, etc. nos topamos con los carteles de CINE DE VERANO. Pero, cómo, ¿todavía existen los cines de verano en las pequeñas ciudades costeras de este país? Habrán pasado décadas, mis últimos recuerdos en un cine de verano en la playa se remontan a Dirty Dancing o Los Goonies. Ha llovido demasiado desde entonces, puff. Cuando vimos los carteles, lo primero que pensamos fue, nuestra hija tiene que vivir esta experiencia. Así que, cuando nos acercamos a la puerta del cine, ubicado en medio de todo el pueblo, rodeado de edificios con casas y balcones, fue una suerte que dos días después echaran la única peli de dibujos animados que no habíamos visto todavía: Madagascar 3. ¡¡Genial!!

Pues dos noches más tarde allí estábamos con nuestros bocadillos y patatas fritas y con la emoción que da la nostalgia a unos padres que se empeñan en rememorar con los hijos las esencias del pasado (como cuando les enseñas una cinta de casette o un teléfono de rueda). Por supuesto había una pequeña cola de gente esperando a que la taquilla abriera: el abuelo descamisado guardando el sitio a los nietos, la mujer estilosa de mediana edad de la capital, con su madre, muy digna ella con su nevera y un hijo de unos diez años preguntando si la película era en 3D, porque en el cartel lo ponía; la familia numerosa que todavía no se había quitado el bañador y las chanclas, pequeños grupos de preadolescentes..., vamos una pequeña representación de la fauna vacacional que habita estas poblaciones durante los meses de verano.

La taquilla era una ventanilla mínima en la pared, atendida por la típica señora mayor, por supuesto, y donde el ordenador y la caja registradora brillaban por su ausencia. Al entrar, era el marido el que cortaba las entradas y el hijo, el que repartía las sillas de plástico apiladas... Una vez dentro, cada grupo elegía el lugar donde colocar sus sillas; y lejos de crear una disposición caótica, era sorprendente ver el "cierto" orden no establecido que iba formando unas filas más o menos homogéneas. El bar al fondo, regentado por la abuela y la hija o nuera, a saber. El ambiente era relajado y distendido, tan propio del disfrute espontáneo, del ocio compartido. Y en aquel momento sentí la esencia del cine (en una era de iPads, y descargas solitarias) de ese momento en el que los albores del siglo XX, el cine llegaba a los más recónditos lugares de España en forma de compañía itinerante y se proyectaba en la plaza del pueblo donde cada vecino sacaba las sillas de su casa para disfrutar de una película en blanco y negro, posiblemente muda. De ese disfrute en verdadera comunión con el entorno, con la improvisada pantalla, con la ficción narrada.

Y el ritual comenzaba, comprando refresco en lata, palomitas en bolsas, mordiendo el bocadillo traído de casa. La entrada 5 euros, descanso de 5 minutos en mitad de la película y risas comunes de niños, ancianos, jóvenes, y padres de mediana edad. Y lo mejor, una experiencia de las que se disfrutan, por lo raro, exclusivo y sencillo a la vez, y porque mi hija siempre recuerda, que ella, Madagascar 3 la vio en el cine de verano, en la playa, como la cosa más excepcional del mundo.

sábado, 11 de agosto de 2012

La vida sin anestesia: A dos metros bajo tierra

He de reconocer que soy de lágrima fácil, el llanto no siempre implica tristeza, muchas veces es emoción, es vértigo, es subidón. He llorado y lloro con muchas películas, pero muy pocas con una serie de televisión. Viendo los últimos capítulos de A dos metros bajo tierra, he batido mi propio récord. Es una serie difícil, no apta para todos los públicos ni todas las sensibilidades. Hay que acercarse a ella sin prejuicios, esperando cualquier cosa y siendo conscientes de que en la vida nada es blanco o negro. Que las relaciones entre padres e hijos no son perfectas y pueden llegar a convertirse en pesadillas; que las de los hermanos pueden ser bastante difíciles; que las relaciones personales no se parecen en nada a las de las comedias románticas; que los matrimonios no son y vivieron felices para siempre; que el dolor existe; que la convivencia entre los seres humanos puede ser desgarradora, aniquiladora y cruel. Y sobre todo que la muerte existe, te sorprende, no sabe de edad, ni de sexo, ni de religión, ni condición ni nada de nada, sólo que es lo más certero que hay.

Y de todo eso habla A dos metros bajo tierra. Está claro que partir de la premisa de narrar la historia de una familia que regenta y vive en una funeraria en Los Ángeles, ya es pista suficiente para saber que no puede ser una familia muy convencional, los Fisher, desde luego no lo son (o sí). Pero es curioso, como una serie que comenzó siendo la serie más sexy y desconcertante de la televisión de finales de los 90, terminó convirtiéndose en un intrincado fresco que relata sin complejos, la condición humana contemporánea, en una reflexión sobre la vida y la muerte (al fin y al cabo todos los capítulos comienzan con una muerte).



Es difícil hablar de A dos metros bajo tierra sin caer en la tentación de "spoilear" la trama. Así que me limitaré a decir que la intensidad de las actuaciones, de las tramas se vuelve insoportable en la última temporada y parecen gritar al espectador: "qué puta mierda te esperabas, la vida es una putada, pero también una gilipollez así que aprende a vivir y a morir con ello, esto no es el puto Bill Cosby, no vamos a terminar comiendo perdices todos juntos alrededor de la mesa." Lo curioso es que al final, sí acaban comiendo juntos alrededor de una mesa, pero comiendo las amargas perdices de la felicidad a medias, serena, madura, una felicidad que los personajes consiguen después de haber aprendido, por fin, a vivir, aceptando sus miedos, sus defectos, sus limitaciones, sus rencores, sus imperfecciones. Todos se sumergen de verdad en la vida, donde el dolor se diluye con el disfrute, la soledad con la compañía de los que, aunque imperfectos, te quieren y apoyan, donde la familia no sólo de sangre sino de afecto, respeto y amor, donde por fin se aprende a ser generoso, a vivir y a dejar vivir, donde se aprende a aceptar la muerte como final irremediable del camino, como ya cantaron tantos poetas, como ya narraron tantos escritores...

Dos apuntes: Tiene probablemente los mejores créditos de la historia de la televisión. Su epílogo es un inspirador poema visual, la vida en 7 minutos.


lunes, 6 de agosto de 2012

Y David Chase creó la perfección



2007 fue el año en el que terminó una, por no decir, la mejor serie dramática de la televisión, Los Soprano. Por circunstancias de la vida y aplazamientos varios, no ha sido, hasta junio de 2012, cuando he terminado de verla. Sí, puede parecer mucho retraso, pero bueno, mejor tarde que nunca y al fin y al cabo, una obra maestra se convierte en algo atemporal, así que no importa mucho cuándo la veamos, ¿acaso no nos sigue fascinando El Padrino? Lo que ocurre es que a estas alturas ya se han escrito demasiadas críticas, reportajes, reseñas y hasta libros sobre Los Soprano. Para mí, esta serie es un ejemplo de cómo hacer las cosas bien, de cómo saltarse convencionalismos y correcciones políticas, algo que sólo puede estorbar en un proceso creativo. Sus capítulos son perfectos en cuanto al guión, la iluminación, la banda sonora, la realización y, por supuesto, la interpretación. Para mí, ha supuesto momentos absolutamente espeluznantes, emotivos, divertidos, emocionantes, angustiosos... Uno de mis favoritos, la escena del sofá en la que Adriana se confiesa a Christopher, me dejó literalmente pegada al sofá por su intensidad y por unas interpretaciones que merecen todos los premios posibles, en sí todo el capítulo es una oda a la narrativa audiovisual. Más de una noche me iba a la cama y las imágenes se repetían una y otra vez en mi cabeza y me dejaban una enorme desazón. Otro de mis momentos favoritos es la secuencia final que no desvelaré, pero cuyo montaje es de una absoluta maestría en el manejo del tiempo y la tensión narrativa. La escena, los planos, el tema musical y el momento final. ¡Sobervio!

La última temporada fue más intensa de lo habitual, fue como el canto del cisne que desplega su esplendor momentos antes de morir, el glorioso momento antes del final, antes de culminar una de las obras más perfectas que haya dado la televisión. Cada capítulo era una pequeña obra de arte donde lo malo y lo peor se unen para hundir nuestra confianza en las personas, para reflotarnos después con pequeños trazos de humanidad. Nunca como oposición, la grandeza, la dignidad, del honor, la nobleza o la magnanimidad iban al lado de la ruindad, la crueldad, la mezquindaz o la intolerancia. La vida misma, con unos personajes a los que amamos y odiamos a partes iguales, porque en ellos identificamos nuestra más profunda condición humana.

Sinceramente, creo que sólo se puede hablar con pasión de Los Soprano; sólo puedo defenderla fervientemente, aunque no fuese siempre fácil, sí que era imprescindible y necesaria. Dentro de unos años, la volveré a ver. Confío en que descubriré cosas nuevas, detalles sutiles que se me escaparon, nuevas genialidades de estructura narrativa o virtuosas pinceladas que le daban profundidad a una obra y unos personajes difíciles de olvidar.

viernes, 13 de julio de 2012

Gracias a Wes, tenemos una nueva PDP

En una industria cinematográfica en la que reinan las adaptaciones de bestsellers, las recurrentes precuelas y secuelas o versiones y revisiones y vuelta a revisionar, en la que todas las comedias románticas terminan igual, en la que los efectos especiales no tienen nada de especial, en la que el 3D marca el desarrollo de la historia, las secuencias o el posicionamiento de la cámara, Wes Anderson surge como el rarito de la clase, el que sobresale por su originalidad y su personalísima forma de contar las historias. Él no quiere parecese a nadie, hace sus peliculitas, sin que le importe el resultado de la taquilla del primer fin de semana o los millones que se puedan hacer con el merchandising. Y por eso me gusta tanto ver sus pelis, porque sé que no se parecerán a ninguna otra que haya en la cartelera, aunque se parecerá a las otras pelis de Wes Anderson, claro. Encontraré a actores ya familiares en sus aventuras, como el eterno Bill Murray o Jason Schwartzman, casi siempre los hermanos Wilson (Luke y Owen) y luego actores geniales que nunca te esperarías como Bruce Willis, Angelica Houston, Tilda Swinton, Frances McDormand o Gwyneth Paltrow. Una estética impecable, con un aire retro, tirando a rancio. Mil detalles que hacen que la película sea una delicia para la vista. Una banda sonora con mucha personalidad y presencia en la historia. Secuencias que rayan el absurdo. Y unos personajes estrafalarios, atípicos, peculiares, totalmente fuera del mainstream establecido.


Y todo eso es lo que encontré en Moonrise Kingdom. Y por eso me gustó, porque aunque no cuenta nada nuevo, el primer amor de dos niños en la pre-adolescencia, sí que lo hace de una forma diferente, arriesgada y sin doblegarse a ningún tipo de cliché establecido. Es una pequeña y deliciosa película de las que me gustan.

domingo, 8 de julio de 2012

Momento

Es una tarde perfecta de finales de mayo. Tras la siesta y el reposo, la pereza se ha instalado en ella. Prepara un cuenco lleno de cerezas y junto a la ventana, comienza a pintar las uñas de sus pies. La brisa tibia que entra por la ventana mece su pelo suelto y enmarañado. El silencio ya se ha vuelto habitual en su vida. Ese silencio de los lugares poco poblados, el silecio estival de las tardes de domingo. Ese silecio que sólo es interrumpido por un único sonido aislado, que puede ser una voz, el canto de un pájaro, una puerta que se cierra, el ladrido de un perro o las ruedas de una bicicleta que pasa a toda velocidad calle abajo. Ese pequeño momento de sencillez cotidiana le concede un tiempo de felicidad absoluta, aunque pasajera. Mientras el esmalte de sus uñas se seca, ella saborea las cerezas, dulces, tersas, insultantemente bellas y perfectas, de la única forma que puede crear la naturaleza. Entonces, balbucea el bebé, otro sonido aislado que rompe el silencio. Para ella, el sonido más bello. Pero también el sonido que le alerta de que el instante absoluto ha pasado.

domingo, 29 de enero de 2012

Sexo, mentiras y Hollywood

Yo amo el cine. Fue la razón de mi existencia en la adolescencia/juventud. Coleccionaba pelis, fotos, me aprendía diálogos, efemérides de nacimientos y muertes, años de estreno... Todo eso fue dejando un poso profundo, si bien hoy todavía puedo afirmar con rotundidad que 1939 fue el año en que se estrenó Lo que el viento se llevó o que El cantor de jazz hizo lo propio en 1927 o que André Bazin fundó Cahiers du cinéma apoyado por unos jovenzuelos Godard y Truffaut, entre otros. He leído mucho y visto documentales sobre los entresijos del cine y de Hollywood en particular (mi favorito, sin duda, Cómo se hizo una leyenda: Lo que el viento se llevó). Pero leer Sexo, mentiras y Hollywood, la descarnada crónica del cine independiente de los 90, escrita por Peter Biskind ha sido como un puñetazo directo al estómago después de comer (todavía lo tengo dolorido). Todas las pelis que me gustaron en mi juventud aparecen en el libro, cada una con una historia más truculenta que la anterior. Al final, toda la historia del cine, todas las pelis que nos marcan están ahí o no, por la voluntad (la mayor parte del tiempo mala) de unos cuantos personajes, productores, distribuidores departamentos de marketing y prensa. La palma se la llevan los hermanos Weinstein (lo suyo sería una versión gore de El diablo viste de Prada), son el coco que se come a los niños que no se duermen, son ogros, orcos, gigantes impresentables que aniquilan la hierba que pisan, alimañas sin piedad que hundieron carreras de gente con talento y elevaron a la gloria de los cielos a bobalicones actores y actrices de dudosa valía. Por otro lado, Sundance (me encantaba aquella historia, aquellas pelis pequeñitas salidas de su semana de cine, parecía el paraiso de los cineastas el lugar bucólico en el que pensar, conversar, ver y hacer cine) qué grotesca historia de dejadez e hipocresía, al mando de un tipo sin sustancia que dejó de caerme bien, para empezar a dudar incluso de su cine, Robert Reford.


Que si me ha dejado de gustar el cine, NOOOOOO, sólo puede seguir apasinonándome. Además, se perdió mucho, muchas historias quedaron por el camino, mucho talento se desperdició y nunca fue reconocido, la mayoría de las películas que vemos son puro fruto del azar, de mentes caprichosas y de negociaciones encarnizadas. Pero se ganó más, tal vez.

Harvey y Bob Weinstein

Un apunte, detrás de The Artist, está él, Harvey Weinstein. ¿Alquien cree que una película como The artist, muda y en blanco y negro, con actores desconocidos, se hubiera estrenado a bombo y platillo si no estuviera detrás el culo gordo de Harvey? Lo que no quiero ni pensar es lo que habrá habido detrás de todo ello, insultos, humillaciones, gritos, promesas incumplidas y muchas úlceras de estómago... A Harvey le ha merecido la pena, este año está acaparando premios y focos (a falta de saber cómo le irá en los Oscars). La duda está en si será igual de beneficioso para el equipo que realmente la concibió, para su director Michel Hazanavicius o sus actores principales Jean Dujardin y Bérénice Bejo.

sábado, 21 de enero de 2012

Pequeña y deliciosa película (PDP)

Pongamos que tenemos ganas de ver una peliculilla pequeña, no demasiado conocida, no lo suficientemente indie, y difícil de conseguir. Pongamos que en ella salen actores desconocidos, salvo la protagonista que poco va acumulando fans desde su gloriosa participación en Weeds, Zooey Deschanel. Pongamos que la historia, que según dicen, no es una historia de amor, resulta ser de lo más romántica. Pongamos que Los Ángeles parece Chicago, que el verano no es verano sino la chica más cool de la ciudad. Pongamos que acabo de ver ( 500) días juntos - (500) days of Summer y que me ha gustado. Pongamos que tu chico se lanza en picado al Spotify para buscar la BSO. Pongamos que es ideal para ver en pareja, una tarde de invierno acurrucados debajo de una manta en el sofá
.































sábado, 14 de enero de 2012

Hornby de mi corazón

Soy de esas personas que espera con impaciencia cada año, la nueva película de Woody Allen, aunque luego no esté a la altura de las expectativas. También espero los nuevos cd de Bruce Springsteen como adolescente histérica a la entrada de un concierto. Y también soy de esas personas que esperan con curiosidad el siguiente libro de Nick Hornby, porque como alguien lo Enlacecalificó una vez él es de esos pocos escritores de los que uno espera su nuevo libro con expectación. Bueno, he de reconocer que soy bastante mitómana, aunque con los años, las ansias se vayan aplacando.

Nick Hornby es un escritor que ya sobrepasa los 50.
Es un escritor que tiene más aspecto de hooligan inglés (del Arsenal, por supuesto) que de autor reconocido.
Es un escritor, que escribe con una enorme sencillez.
Es un escritor que con mucho humor y sin pretensiones vanidosas de intelectualillo pedante, disecciona cada etapa de la vida de la gente de su generación de una forma brillante y cercana.
Es un autor con cuyas novelas nunca te aburres son auténticos thrillers de la cotidianeidad.
Es un autor, capaz de escribir un magnífico guión cinematográfico, sensible, conciso, bellísimo, de un film más que digno y muy recomendable (An education), por el que incluso fue nominado al Óscar.
Es un escritor cuyos personajes femeninos son maravillosos.
Es un escritor que me descubrió mi chico, allá por los primeros años del siglo XXI y que, por supuesto, abunda en nuestras estanterías.
Es un escritor que se licenció en Cambridge y es profesor de literatura.
Es un escritor melómano, por lo menos, en cuanto a música de finales del siglo XX se refiere.
Es un autor que me apasiona, con el que nunca me aburro; y me da igual que no sea Dickens, Joyce o Woolf, porque sus libros son geniales y sus personajes adorables.

martes, 10 de enero de 2012

Princesas alternativas

Ser madre tiene un par de cosas malas y miles de cosas buenas. Una de ellas es la literatura infantil. Cuando no tienes un crío cerca, generalmente no es una sección que se suela visitar en las librerías y es una lástima porque cuando la descubres es realmente fascinante y maravillosa. Descubres ediciones preciosas de clásicos, auténticas obras de arte, descubres ilustradores apasionantes, descubres historias divertidas y diferentes, descubres que quieres ser niño otra vez...

Y para los que tenemos hijas si investigamos un poco resulta que hay princesas más allá de las princesas Disney. Ahí van mis propuestas de princesas alternativas.



La pequeña princesa

Es una niña de unos 5 años, vestida con un camisón blanco y una corona, vive en un castillo inglés con unos habitantes de lo más variopintos, aparte del rey y la reina están la criada, el coronel, el primer ministro, el general, el almirante, el jardinero, el cocinero (francés, por supuesto). Sus capítulos de dibujos animados son divertidísimos y sus cuentos son geniales (en ella reconocemos todas las características de nuestros hijos, las buenas y las malas, baste decir que todos los títulos de las historias comienzan con "Quiero..." una de las palabras favoritas de los más pequeños). Las ilustraciones son del dibujante británico Tony Ross, una maravilla.





Princesas olvidadas o desconocidas – Philippe Lechermeier y Rébecca Dautremer

Este libro todavía no me queda muy claro si es para pequeños o grandes. Las ilustraciones son de la artista francesa Rébecca Dautremer, una artista imprencisdible de la nueva ilustración infantil. El libro es totalmente irreverente, divertido y mágico y, por sus textos, por su diseño y por sus ilustraciones, es una auténtica obra de arte.






Las princesas también se tiran pedos - Ilan Brenman y Ionit Zilberman

Conocí este cuento gracias a Isaac Rosa que hablaba de él en su blog. Mi hija, obsesionada como todas las niñas con las princesas, se pidió para Reyes un cuento de princesas y pensé que éste podía ser la mejor opción posible. Le hizo mucha gracia el título y descubrir que Blancanieves, La Cenicienta o La Sirenita también se tiran pedos le ha encantado y divertido a partes iguales.

lunes, 2 de enero de 2012

Se inaugura el año Dickens

200 años del nacimiento de uno de los mejores escritores de la historia y no lo digo yo, lo dice todo el mundo. Es uno de mis favoritos, leerle es maravilloso. Así que como propósito de Año Nuevo me anoto, leer alguna más de sus novelas (no me será difícil tengo algunas en la recámara de mi librería): Historia de dos ciudades, Oliver Twist, El grillo del hogar (novelita navideña que acabo de comenzar), La señora Lirripier y una edición muy especial de Los papeles póstumos del Club Pickwick, cuya traducción corre a cargo de otro grande, Benito Pérez Galdós. Y para los descreídos echad un vistazo a Juliet desnuda, de Hornby, con su pequeño homenaje al genio.



Está claro que este año no saldré de mi fiebre british, será año de scones y té, mucho té: God save the king (Dickens).

Aquí dejo la página oficial de actos y homenajes preparados.
www.dickens2012.org/

Elegí un mal momento para decidir que tenía que dejar de ir a Londres compulsivamente, se supone que hay más mundo para ver.