domingo, 8 de julio de 2012

Momento

Es una tarde perfecta de finales de mayo. Tras la siesta y el reposo, la pereza se ha instalado en ella. Prepara un cuenco lleno de cerezas y junto a la ventana, comienza a pintar las uñas de sus pies. La brisa tibia que entra por la ventana mece su pelo suelto y enmarañado. El silencio ya se ha vuelto habitual en su vida. Ese silencio de los lugares poco poblados, el silecio estival de las tardes de domingo. Ese silecio que sólo es interrumpido por un único sonido aislado, que puede ser una voz, el canto de un pájaro, una puerta que se cierra, el ladrido de un perro o las ruedas de una bicicleta que pasa a toda velocidad calle abajo. Ese pequeño momento de sencillez cotidiana le concede un tiempo de felicidad absoluta, aunque pasajera. Mientras el esmalte de sus uñas se seca, ella saborea las cerezas, dulces, tersas, insultantemente bellas y perfectas, de la única forma que puede crear la naturaleza. Entonces, balbucea el bebé, otro sonido aislado que rompe el silencio. Para ella, el sonido más bello. Pero también el sonido que le alerta de que el instante absoluto ha pasado.

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