viernes, 24 de marzo de 2017

Encarna, más allá de Elena Fortún

Escribe Carmen Martín Gaite en su Pesquisa tardía sobre Elena Fortún: "A la niña que yo fui no le importaba nada de Elena Fortún, pero a la mujer que soy ahora nada puede gustarle tanto como seguirle el rastro a aquella escritora que sin duda llevaba una niña dentro y me la regaló para que jugara con ella." Y en los últimos tiempos aquella mujer, Elena/Encarna, está siendo recuperada y nos importa y mucho. Se ha recuperado su novela póstuma, sus cartas a Carmen Laforet, su obra y vida más allá de Celia se están reincorporando a nuestra memoria cultural y, al igual que está sucediendo con otras mujeres relegadas de nuestra historia, Elena Fortún está haciéndose el hueco que se merece por derecho propio en la historia, en este caso literaria, de nuestro país.

Elena Fortún, ilustración de Bealuc
Elena Fortún, ilustración de Bealuc

En este post me gustaría hablar de la persona, Encarna, que porta a la escritora, Elena, porque como persona fue una mujer fascinante, compleja, empática, apasionada, llena de contradicciones, humilde que no puede dejar indiferente a quien se acerca a ella.

Encarna, era una mujer tenaz, de gran fuerza de voluntad, que trabajó incansablemente, llegando a ser el sustento principal del matrimonio. Sin embargo ella, en sus últimos años sentía que había fracasado en muchos aspectos, una mujer brillante y voluntariosa que, en 1951 escribía a su amiga Inés Field:

 “No soy buena. Tú sabes que no lo he sido, que he destruido un hogar, que no he sabido ser esposa, ni madre, ni administradora del dinero familiar. Todo lo he hecho mal. Nunca he pensado en hacer la felicidad de los otros, sino la mía. He sido vanidosa, caprichosa, inconsecuente…”

Unas palabras que nos dan idea de su tormento interior, de su baja autoestima, tal vez porque mientras triunfaba como mujer moderna, se veía fracasada como mujer tradicional y esa contradicción de fallar en los valores tradicionales tal vez fuera su mayor desasosiego. E incluso así, Encarna era una persona que constantemente cuestionaba los valores tradicionales y los daba la vuelta porque, como señala Nuria Capdevilla-Argüelles, "sintió que vivía una época de cambio en la que la forma de vivir decimonónica y tradicional, desaparecía para dar paso a una nueva era, la era de la modernidad". Y ese momento de cambio que vivía en Encarna, lo podemos ver reflejado en sus pensamientos sobre diferentes cuestiones que, gracias a sus cartas y artículos periodísticos, nos dan una idea de su compleja personalidad:

Educación

Encarna, creció en un ambiente tradicional y su educación fue, como la de cualquier niña de finales del siglo XIX en España, deficiente y escasa. Así, pues, su obsesión por aprender y cultivarse, la llevó a estar constantemente estudiando, asistiendo a conferencias, convirtiéndose en una ávida lectora.

En este aspecto, fue muy crítica con la educación que recibían las mujeres y lo reflejó en sus primeros artículos periodísticos. Se ensaña, sobre todo, con la ignorancia de las madres que educan a sus hijas en la resignación y en el único fin de conseguir marido, situación que ella misma sufrió en sus propias carnes. Así, Encarna escribía:

“… la educación de las hijas quedó relegada a segundo término, y mientras los padres gastaban lo que podían (…) en dar una buena carrera a sus hijos, la hija que habría de administrar un hogar, ser madre, y enfermera de los suyos y afrontar, tal vez la vida en la orfandad o la viudez, no necesitaba preparación alguna.”

Pero cuando regresó a España a finales de los años 40, la situación no era mucho más alentadora. Se topó con la dificultad para encontrar libros que leer, con conferencias a las que asistir, que en su mayoría, estaban censuradas por los sacerdotes que, como ella se quejaba, no tenían ninguna educación ni cultura. Se encontró, en definitiva, con una España beata y sumergida en la ignorancia.

Además, la educación de las niñas, seguía estando en manos de las monjas. Los niños y las niñas estaban separados y, a su vez, los pobres y los ricos también. Encarna no podía soportar las injusticas sociales, ver a las niñas pobres en sucios barracones y vistiendo harapos, al lado de las niñas ricas vestidas con sus impolutos uniformes. Encarna comparaba la educación en España con la de América donde todos los niños, sin distinción de clases, iban a las llamadas Escuelas Nacionales “porque la cultura es la misma para todos y es herencia de todos”, le escribe a su amiga Mercedes.

Matrimonio

Como ya apunté en su momento, el matrimonio de Encarna fue bastante desgraciado. Se casó porque era lo que tenía que hacer y aunque, gracias a su matrimonio con Eusebio de Gorbea, pudo acceder a la vida intelectual y cultural de Madrid, distó mucho de ser un matrimonio feliz. Ya en el año 1924, estuvo a punto de dejar a Eusebio, algo de lo que se arrepentiría años después. También en su huida de España, tuvo la tentativa de no seguir a Eusebio. Ya en Argentina Encarna escribe a Mercedes:

“Eusebio no soporta a la gente y yo no le impongo mi vida, pero tampoco me someto a la suya. Mis años me dan derecho a vivir a mi gusto.”

Así pues no es de extrañar que siempre esté aconsejando a sus amigas más jóvenes que no se casen. A la hija de su amiga Mercedes, le escribe en 1934:

 
“¡No quisieras que te casaras, querida mía! Tú eres una chica moderna y los españoles siguen siendo unos moros. La mujer tiene que darles hasta sus pensamientos más íntimos, carecer de personalidad, [no] tener más ambiciones que las que él tenga y demostrarle en todo momento que él es un ser superior y ella un reflejo de él… ¡Pobre de ella si tiene personalidad! Al principio, esto es delicioso. (…) Pero la vida es larga y hay tiempo para todo. Una mujer es un ser humano y no puede ser una cosa.”


Y sobre Carmen Laforet, le comenta a Mercedes:

“Cuando la conocí, la aconsejé que no se casara. Si estaba enamorada, debía hacer un amante de ese hombre, con lo cual él la admiraría y estaría orgulloso de tener por amante a una mujer como ella. (…) ¡Ay, no me hizo caso! (…) Me parece que el marido me detesta: siempre los maridos me han detestado porque les he dado malos consejos a sus mujeres, y tal vez por eso ella me adora con un amor tan determinado”.

Religión

Encarna fue educada en la férrea doctrina católica que imperaba en la España de la época, de la que su madre era una fervorosa practicante. Encarna siempre buscó la espiritualidad, pero alejándose de la doctrina católica en un primer momento. De hecho, ella y Eusebio abrazaron la Teosofía y se hicieron vegetarianos, pero educaron a sus hijos fuera de la fe católica. Pero en Argentina, gracias sobre todo a la influencia de Inés Field, Encarna conoce otra forma de acercarse al cristianismo, que nada tiene que ver con el oscurantismo y férreo dogmatismo del catolicismo español que ella había conocido en su infancia. Esta nueva aproximación a la fe cristiana será para ella, en sus últimos años fuente de gran consuelo, para su atormentado espíritu.

Así pues, tras visitar España y volver a Argentina en 1949, después de la muerte de Eusebio, Encarna escribe a Mercedes desde Buenos Aires:

“Ya no puedo vivir en España. Dese que estoy aquí tengo la sensación de libertad impagable. Además he vuelto con más fe aún a la iglesia, que aquí es más limpia, más filosófica, más sana. ¡Allí me agobiaba! Ahora comprendo mi rebelión de toda una vida. ¡No soy española! Adoro el suelo pero no el espíritu, así es imposible vivir.”

Feminismo

En una época en la que el feminismo en España se estaba fraguando y las corrientes feministas tenían un carácter aislado y no tan activo como pudiera ser el movimiento sufragista anglosajón, poco a poco se va gestando y va analizando la situación de desigualdad y subordinación de la mujer frente al hombre. Encarna no es ajena a ello y como mujer demanda, desde sus artículos periodísticos un feminismo temprano, apasionado y consecuente con la situación de la mujer en los años 20. Si bien su mirada es bastante pesimista:

 “… es infinitamente mayor el número de mujeres a quien tiene por completo sin cuidado su emancipación de la tutela masculina.”

Como ya vimos antes, arremete también contra la educación a la que son sometidas las mujeres.

También fue firme defensora del movimiento abolicionista contra las leyes que permitían la prostitución:

“Mujer une tu voz a las nuestras y ayúdanos a abolir leyes odiosas y a salvar a la parte más miserable de la sociedad”.

“No vivas tranquila, mujer, mientras exista, protegido por la ley, el horrible tráfico de la carne humana”.

Por supuesto, apoya el sufragio femenino que considera que es necesario como medio para alcanzar “todos nuestros ideales”. Según Encarna, al reclamar el voto para la mujer, las sufragistas piden:

“… escuelas, leyes honradas, paz para la humanidad (…), igualdad de derechos con el hombre, porque somos humanos como él y la Ley sabe castigar exactamente lo mismo nuestros delitos y los suyos. Y si para el mal tenemos la misma responsabilidad, no puede negarse que la hemos de tener también para todas las cosas.”

En realidad, estas son sólo algunas pinceladas de las muchas cosas que Encarnación Aragoneses tenía que decir y dijo, y sus palabras, tanto en su obra literaria, como en sus artículos periodísticos y en sus cartas nos ayudan a entender mejor a la persona detrás de Elena Fortún. Parece ser que era “una escritora completa, fantástica criatura que irradiaba luz y calor en torno suyo, a costa de quedarse muerta” según la describe Carmen Conde en su Elegía a Elena Fortún. Otra más de sus contradicciones, ella se creía egoísta y vanidosa, pero los que la rodeaban la veían generosa y sencilla y llena de luz.


FUENTES
- Marisol Dorao, Los mil sueños de Elena Fortún. Alcornoque Ediciones, 2001.
- Mª Jesús Fraga Fernández-Cuevas, Elena Fortún, Periodista. Editorial Pliegos, 2013.

- Nuria Capdevilla-Argüelles, Autoras inciertas. Voces olvidadas de nuestro feminismo. Cuadernos inacabados. Horas y horas la editorial, 2008.
- Mª Jesús Fraga Fernández-Cuevas, Elena Fortún y Carmen Conde. Memoria de una amistad en ocho cartas. Clarín, 119, 2015.
- Carmen Martín Gaite, Pesquisa tardía sobre Elena Fortún (prólogo de Celia, lo que dice)  Madrid, Alianza, 1992.

Este post forma parte del proyecto Adopta una autora.


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