martes, 8 de febrero de 2011

Keruac viaja en metro

De pie, apoyada en el quicio de la puerta al otro lado del vagón, miraba curiosa al chico que se apoyaba en la puerta de enfrente. Al principio no se había percatado, pero en su habitual afición a cotillear los libros que la gente lee en el metro no pudo evitar fijarse en él. Leía En el camino de Keruac. Reconoció la misma portada del libro que ella tenía en casa, ese libro al que se había acercado con mucha curiosidad y que había terminado con la sensación de haber leído una historia de marcianos.

Lo que despertaba su interés en aquel vagón de metro era que el chico leía el libro sujetándolo del revés. Su cara era de extrañeza justo en el momento en el que él levantó la mirada del libro. Ambos intercambiaron un breve diálogo silencioso de preguntas y respuestas con las miradas. Él volvió a su libro. Ella seguía intrigada. ¿De verdad está leyendo? ¿Se habrá dado cuenta de que tiene el libro al revés? Sus ojos iban del libro a su cara, y a sus ojos oscuros detrás de las gafas que parecían degustar con placer el mítico libro.

Cuando llegó su parada ella cruzó el vagón para dirigirse a la puerta en la que se apoyaba él, para salir. Se acercó a la puerta y se quedó a su lado mientras el tren entraba en la estación. El tren paró. Se abrieron las puertas. El chico se inclinó hacia ella: “Es la mejor forma de leer a Keruac”, le susurró al oído. Ella lo miró sorprendida y salió del vagón arrastrada por el resto de los pasajeros. Desde el andén, se volvió a mirar. Pero él había vuelto a su particular lectura.

Llegó a casa, buscó En el camino. Se sentó en el sofá. Abrió el libro del revés y comenzó a leer. Pero no entendía nada y lo dejó.

1 comentario:

  1. ¡¡Me gusta!!

    Es genial la forma en que expones que la literatura, al igual que la pintura, cada uno la entiende a su manera. El arte es subjetivo pero quizá por eso es tan mágico, ¿no crees?

    Sil

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