Volviendo a leer a Kundera, trato de averiguar qué era lo que nos cautivaba cuando lo leíamos con 20 años. Lo convertimos en una lectura juvenil obligatoria para nuestra educación sentimental, al igual que hicimos con Hesse. Releerlo ahora es no entender por qué lo leía entonces. ¿Realmente podía comprender algo mi mente ignorante y presuntuosamente joven?
Supongo que eran los ecos, no de su literatura, sino de la imagen que de ella provocó la película de Philip Kaufman cuando adaptó
La insoportable levedad del ser. Tal vez esa atmósfera bohemia, revolucionaria, ese triángulo amoroso de una belleza irresistiblemente imperfecta: Daniel Day Louis, Juliette Binoche y Lena Olin con ese bombín que hacía soñar, era lo que nos provocó imágenes de irreverencia, sexo y libertad y tal vez por eso nos volcamos a leer sus libros y deseábamos viajar a Praga, a la Praga anterior al turismo masivo y arrollador que la convirtió en un parque de atracciones turístico.
Casi 20 años después, sus historias no me parecen de una belleza ensoñadora, sino de una belleza sórdida, terrenal e insoportable. Y tal vez por eso lo disfrute tanto como entonces, porque ahora la vida, con casi 40 ya no es ensoñación sino sordidez
Acabo de leer
La broma de Milan Kundera (1967) Según
Le Monde, el número 47 en el ránking de los 100 mejores libros del siglo XX.