Yo amo el cine. Fue la razón de mi existencia en la adolescencia/juventud. Coleccionaba pelis, fotos, me aprendía diálogos, efemérides de nacimientos y muertes, años de estreno... Todo eso fue dejando un poso profundo, si bien hoy todavía puedo afirmar con rotundidad que 1939 fue el año en que se estrenó
Lo que el viento se llevó o que
El cantor de jazz hizo lo propio en 1927 o que
André Bazin fundó
Cahiers du cinéma apoyado por unos jovenzuelos
Godard y
Truffaut, entre otros. He leído mucho y visto documentales sobre los entresijos del cine y de Hollywood en particular (mi favorito, sin duda,
Cómo se hizo una leyenda: Lo que el viento se llevó). Pero leer
Sexo, mentiras y Hollywood, la descarnada crónica del cine independiente de los 90, escrita por
Peter Biskind ha sido como un puñetazo directo al estómago después de comer (todavía lo tengo dolorido). Todas las pelis que me gustaron en mi juventud aparecen en el libro, cada una con una historia más truculenta que la anterior. Al final, toda la historia del cine, todas las pelis que nos marcan están ahí o no, por la voluntad (la mayor parte del tiempo mala) de unos cuantos personajes, productores, distribuidores departamentos de marketing y prensa. La palma se la llevan los hermanos Weinstein (lo suyo sería una versión gore de
El diablo viste de Prada), son el coco que se come a los niños que no se duermen, son ogros, orcos, gigantes impresentables que aniquilan la hierba que pisan, alimañas sin piedad que hundieron carreras de gente con talento y elevaron a la gloria de los cielos a bobalicones actores y actrices de dudosa valía. Por otro lado,
Sundance (me encantaba aquella historia, aquellas pelis pequeñitas salidas de su semana de cine, parecía el paraiso de los cineastas el lugar bucólico en el que pensar, conversar, ver y hacer cine) qué grotesca historia de dejadez e hipocresía, al mando de un tipo sin sustancia que dejó de caerme bien, para empezar a dudar incluso de su cine, Robert Reford.
Que si me ha dejado de gustar el cine, NOOOOOO, sólo puede seguir apasinonándome. Además, se perdió mucho, muchas historias quedaron por el camino, mucho talento se desperdició y nunca fue reconocido, la mayoría de las películas que vemos son puro fruto del azar, de mentes caprichosas y de negociaciones encarnizadas. Pero se ganó más, tal vez.
Harvey y Bob Weinstein
Un apunte, detrás de
The Artist, está él,
Harvey Weinstein. ¿Alquien cree que una película como
The artist, muda y en blanco y negro, con actores desconocidos, se hubiera estrenado a bombo y platillo si no estuviera detrás el culo gordo de Harvey? Lo que no quiero ni pensar es lo que habrá habido detrás de todo ello, insultos, humillaciones, gritos, promesas incumplidas y muchas úlceras de estómago... A Harvey le ha merecido la pena, este año está acaparando premios y focos (a falta de saber cómo le irá en los Oscars). La duda está en si será igual de beneficioso para el equipo que realmente la concibió, para su director Michel Hazanavicius o sus actores principales Jean Dujardin y Bérénice Bejo.