Antonio Machado, ese hombre de aspecto recio, que en su foto
más conocida mantiene una mirada firme pero que se adivina dulce, murió
tristemente, como lo hicieron muchos españoles en los años treinta huyendo del
sinsentido de la guerra. Pobre, enfermo y exiliado, en un precioso pueblo
francés, casi en la frontera con España. Machado, el hombre de aspecto
inquebrantable, cruzó la frontera con el cuerpo y el alma quebrados. No pudo
llegar más allá. Ayer se cumplieron los 75 años de su lamentable muerte y
apenas se mencionó. Uno de los más grandes poetas en castellano no es recordado
como lo que debería ser: una gloria nacional. En este país, de cultura del
pelotazo, de alabar a los deportistas porque no son incómodos y encajan
perfectamente en el mainstream, Machado no tiene cabida. Don Antonio se
convierte así en metáfora, en sinécdoque de todo lo que este país merezca de
vez en cuando la pena.
A Machado lo descubrí en el instituto, cuando estudiábamos
la Generación del 98 (no sé si ahora se estudia), en la clase de literatura de
COU con una de esas profesoras que te hacen amar la literatura. Concha era muy
apasionada en su materia y sus clases eran fantásticas. Todavía conservo mi
Antología Poética de Antonio Machado que me compré hace ya 22 años. El libro todavía
conserva los subrayados a lápiz, cada vez más gastado con sus páginas
amarillentas. Hace un año, lo volví a sacar, porque mi hija me habló de un
poema de Machado que les había leído su profesora en clase. Yo le dije, vamos a
buscarlo. Y releímos el viejo poema del niño que soñaba un caballo de cartón.
Estuve en Colliure hace, no sé, casi 20 años. Nos llevó mi padre. Y estuvimos
en la tumba de don Antonio, donde siempre hay flores, dedicatorias y poemas. Pensar
en ello me emociona. Y me emociono cuando pienso en su Caminante y lo imagino
caminando, junto a su anciana madre, haciendo un camino al andar, un camino
desesperado, tan distante del vigor y la energía que le puso Serrat con su
música (el mejor homenaje que se le pudo hacer jamás). Y me emociono al ver su
foto en el lecho de muerte, donde el hombre que yace en la humilde cama, apenas
es un reflejo de lo que Machado fue.