Por fin he visto Drive. Tenía muchas ganas de verla. Primero por los actores protagonistas: Ryan Gosling y Carey Mulligan. Segundo porque había oído críticas muy buenas. Tercero porque había gente que la amaba y gente a la que le pareció un bodrio. En mi caso he de decir que ganó lo positivo. No sabía qué me iba a encontrar, la verdad. Hay veces que prefiero no saber de qué va una película para que me sorprenda en todos los sentidos. En este caso la sorpresa fue grata.
Me cautivó desde el
primer momento. Con la escena de presentación del personaje de Gosling, con esa
voz en off, sobria, escueta que nos da ciertas pistas de su "oficio".
Luego aparece ella, de soslayo, Irene un personaje tierno, dulce sereno
interpretada por una de las mejores actrices de su generación, Carey Mulligan. Después el resto
del reparto, comenzando por el televisivo e inmenso Bryan Cranston para
continuar con Ron Perlman y un irreconocible Albert Brooks. Luego la música,
una banda sonora impecable. Después, los planos a cámara lenta, las miradas sutiles,
las interpretaciones sólidas y contundentes. Más adelante, la ternura, que
nunca llega, ni siquiera se acerca, al sentimentalismo. Y poco a poco llega el
romance, casi a la vez que las vísceras y la sangre de las escenas violentas,
pero todo muy comedido en el fondo. Y el beso, ese beso potente, desesperado, sexy,
apasionado, triste y desgarrado. Por último el final, que no podía ser otro que
el que es (no lo desvelaré), amargo, lento y sorprendente. Desde luego, Drive
está hecha en Hollywood pero su director, el danés Nicolas Winding Refn, está lejos de los convencionalismos de la meca del cine y
en el fondo firma un obra con un timing y una estética más cercana a Europa que
a los grandes estudios. Desde luego, Drive no me defraudó, es más me enamoró.
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